FUNDACIÓN MANUEL BUENDÍA,
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ANÁLISIS
DE LOS CASOS
1988-1994
Omar Raúl Martínez,
Juan Antonio Barrera, Fabiola N. Perafán, Verónica
T. Martínez
Entre
diciembre de 1988 y diciembre de 1994, México vivió
uno de los periodos más sombríos de que se tenga memoria
en la historia del periodismo nacional: al tiempo que se desplegó
el ejercicio de la libertad de expresión -en los medios impresos
fundamentalmente-, aumentó de manera alarmante el número
de agresiones a periodistas. Intimidaciones, golpes, gritos, actos
de censura, secuestros, restricciones e incluso muertes fue la "cuota
de inversión" para (o el resultado de) la configuración
y avance de espacios informativos más críticos y sin
sujeciones hacia el poder político.
Algunos
analistas suponen que la violencia desatada contra informadores
se comprende dentro del contexto violento de un país, y ponen
como ejemplo a Colombia... Pero México no entra en ese cartabón:
rompe abruptamente la regla. Hasta antes del primero de enero de
1994, nuestro país no vivía ningún conflicto
armado desde hace poco más de seis décadas. Sin embargo,
para entonces ya se contabilizaban 40 comunicadores ultimados desde
el inicio del sexenio salinista. ¿Cómo puede explicarse
este fenómeno? O mejor dicho: ¿Qué explicación
puede o debe darse? ¿Cuál es el trasfondo de ese escenario?
¿El auge de la narcopolítica? ¿La lucha sin
cuartel por cotos caciquiles? ¿La "inseguridad" de funcionarios
gubernamentales? ¿La resistencia dinosáurica del sistema
político? ¿La "imprudencia" de algunos periodistas?...
Veamos
las cifras: de acuerdo con un estudio realizado por la organización
Artículo 19, en el gobierno de Luis Echeverría fueron
asesinados seis profesionales de la información; durante
la administración lopezportillista la cifra ascendió
a 12; en el sexenio de Miguel de la Madrid resultaron muertos 33
informadores; y conforme un minucioso rastreo hemerográfico
de la Fundación Manuel Buendía, a lo largo del régimen
de Carlos Salinas de Gortari cayeron 46 profesionales de la tecla
informativa. Ello da un total de 97 periodistas asesinados en los
últimos 24 años, cifra con la cual México ocupa
el primer lugar en ese terreno a nivel latinoamericano, arriba de
Colombia, con 89, y Guatemala, con 53.
Desde
1988, la Fundación Manuel Buendía (FMBAC) se ha dado
a la tarea de rastrear toda información hemerográfica
y documental referente a actos contra comunicadores a fin de presentar
informes periódicos en los cuales se consignen -no como ociosa
tarea sino como recordatorio y denuncia sistemática- actos
contra la libre expresión, probables motivos y presuntos
o probados responsables.
En
esta ocasión emprendimos un cuidadoso seguimiento sexenal
que arroja datos por cuyo trasfondo no sólo resultan preocupantes,
además suenan apabullantes y los sentimos dolorosos: cifras,
tendencias, nombres y circunstancias que debieran significar una
luz de alerta para el gremio periodístico.
Lista
negra
De diciembre de 1988 a diciembre de 1994, la FMBAC pudo contabilizar
500 agresiones a informadores y espacios informativos, y 20 contra
empleados de los medios. De ese total 51 fueron asesinatos: 46 periodistas
y cinco trabajadores. De los 46 profesionales de la tecla ultimados,
según las fuentes hemerográficas, 27 cayeron por motivos
desconocidos o no investigados; nueve por razones ajenas al oficio
periodístico; y 10 por causas aparentemente vinculadas a
su trabajo profesional. De los cinco empleados asesinados, cuatro
lo fueron por razones no aclaradas a plenitud, y uno por robo.
Hechos
y oficios
Del
análisis de datos se desprende que del total de los 520 agravios,
43.8% fueron ataques y agresiones físicas y verbales al momento
de cubrir la información o de intentar hacerlo; 16.7% resultaron
ser amenazas o actos de intimidación para orientar el tipo
de cobertura o por trabajos precedentes; en orden porcentual, los
asesinatos ocupan el tercer sitio con un 9.8%; continúan
incidentes tales como asaltos y detenciones, cada uno con 8.4%;
actos de censura, con 4.2%; allanamientos, con 3.6%; secuestros,
con 3.5%; restricciones, con 2.3%; cesantías, con 2.1%. Y
con cuantías menores al 2% se ubican hechos como demandas
penales, atentados, suspensiones, renuncias inducidas, confiscaciones,
presiones de despido, etcétera.
La
tarea reporteril continúa siendo la más riesgosa del
oficio informativo: de los casos registrados, 30.9% correspondió
a reporteros, 10.6% a fotoreporteros, 10.6% a directores de medios,
6.1% a corresponsales, y un 13.6% a periodistas cuya especialidad
no definen las fuentes. Con porcentajes decrecientes se ubican conductores,
columnistas, camarógrafos, articulistas, comentaristas, editores,
entre otros.
Epocas
difíciles
Los años más difíciles para los reporteros
fueron sin duda 1991 (34.2%, del total de agresiones ocurridas en
ese año), 1993 (36.4%) y 1994 (31.0%). Curiosamente 1991
fue año de elecciones federales para diputados y senadores,
así como de comicios por la gubernatura en varios estados.
Por su parte, 1993 fue un año sumamente complejo dada la
tensa atmósfera previa a las elecciones presidenciales. Y
el 94 constituyó uno de los años más difíciles
por la serie de eventos que lo significaron: el levantamiento zapatista,
los asesinatos políticos y los comicios por la Presidencia
de la República. ¿Se trata de una casualidad?
Otra
coincidencia "curiosa" consiste en que a lo largo del sexenio de
Carlos Salinas, el 39.8% de los informadores y empleados agraviados
pertenecía a las filas de los medios impresos; 33.5% a diversos
medios; 10.6% trabajaba en la televisión; 8.4% en la radio;
y en un 6.7% la fuente no lo indicó. Ello sugiere fehacientemente
que la auténtica batalla por la libertad de expresión
se está librando en la prensa frente a la deleznable sujeción
de una buena parte de las emisoras de radio y TV.
Motivos
Los móviles de los agravios apuntan de manera indefectible
al ejercicio periodístico de los informadores: 39.7% resultó
agredido, amenazado, injuriado o fue objeto de restricciones al
tratar de cumplir con su deber profesional. Un 20.5% se hizo merecedor
a similares afrentas por hacer públicas denuncias o críticas,
en tanto que de un 20.3% se desconocen las razones. Con menores
porcentajes continúan asaltos, supuestos delitos contra la
salud, difamaciones, evasiones fiscales, conflictos laborales, supuestas
venganzas políticas, crímenes pasionales... Aquí
vale la pena señalar que no es infrecuente que se traten
de alejar las hipótesis lo más posible del oficio
de la tecla y se escuchen, por ejemplo, que los motivos aparentes
se vinculan a "problemas de ebrios", "situaciones personales", "el
narcotráfico" o "líos de transexuales."
Agresiones
Por lo que se refiere a los presuntos y más seguros responsables
de los agravios, de acuerdo con la base hemerográfica, el
31.7% fueron identificados como pertenecientes a las fuerzas del
orden (policías, judiciales, patrulleros, granaderos, etcétera);
19.6% de los autores de las agresiones no pudieron ser identificados;
17.1% fue gente de instituciones gubernamentales (autoridades municipales,
jefes de prensa, directivos menores, etcétera); 6.7% correspondió
a personas de partidos políticos y sindicatos; otro 6.7%
fueron particulares; 6.3% pertenecía a grupos políticos
y sociales diversos; y un 5% eran directivos de medios.
Lugares
Al examinar la distribución geográfica de los 520
casos de agresión ocurridos entre 1988 y 1994, encontramos
que el Area Metropolitana fue la zona que aglutinó el mayor
porcentaje con 32.2%. Y en orden descendente se ubican el Sur Peninsular,
con 19% (Chiapas, 7.7%; Guerrero, 4.0%; Tabasco, 3.3%; Quintana
Roo, 1.3%; Oaxaca, 1.2%; Campeche, 1.0%; Yucatán, 0.6%);
Area Noroeste, con 13.6% (Chihuahua, 3.8%; Sonora, 2.9%; Nayarit,
2.3%; Baja California, 2.1%; Sinaloa, 1.2%; Durango, 1.0%; BC Sur,
0.4%;); Area Noreste, con 13.2% (Tamaulipas, 6.3%; Coahuila, 2.9%;
Nuevo León, 1.7%; San Luis Potosí, 1.0%; Zacatecas,
0.8%; Guanajuato, 0.6%); Area Centro Occidente, con 12.3% (Estado
de México, 4.2%; Michoacán, 3.1%; Jalisco, 2.3%; Aguascalientes,
1.5%; Querétaro, 0.8%); y el Area del Golfo, con 9.2% (Veracruz,
3.3%; Morelos, 2.9%; Hidalgo, 1.5%; Puebla, 1.2%, Tlaxcala, 0.4%).
Como la mayor parte de los medios impresos consultados para esta
investigación se editan en la ciudad de México, es
dable pensar que no siempre publican vasta información de
las regiones, lo cual permite sugerir que los registros constituyen
una muestra -tamizada por un filtro centralista- de lo que realmente
ocurre en toda la República Mexicana. Aun así, el
estudio representa un acercamiento fiel a la compleja realidad del
trabajo periodístico en México. Y por ello es bastante
sintomático que justamente sea la zona metropolitana la que
ocupa el sitio más relevante respecto al número de
incidentes contra la libre expresión, pues resulta evidente
que varios de los medios impresos y contadísimos espacios
radiofónicos que se distinguieron por ejercer y extender
la libre expresión sin ambages y por conquistar la confianza
y la credibilidad de un creciente público, se editan y emiten
en la capital. Pero también resulta altamente significativo
el hecho de que el Sur Peninsular, compuesto por los estados con
mayores rezagos económicos y con ancestrales estructuras
de poder caciquil, se coloque en segundo lugar. Significativo porque
tal situación parece confirmar una resistencia de los poderes
locales a que haya informadores y medios comprometidos con los intereses
de la comunidad en territorios donde las injusticias son el pan
de cada día. Ello además corrobora las palabras de
Manuel Buendía, quien decía: "Allá, en los
pueblos del interior, es donde el periodismo requiere auténtica
valentía personal, porque las banquetas son demasiado estrechas
para que no se topen de frente -por ejemplo- el periodista y el
comandante de policía de quien aquel hizo crítica
en la edición de esa misma mañana. [...] Allá,
en los estados, donde los estrechísimos círculos del
poder local acogotan la economía de los editores combativos
y pretenden lastrar el desempeño de los editores comprometidos,
el ejercicio del periodismo reclama una entereza excepcional".
Epílogo
Así pues, es innegable que en los últimos seis años
se ensanchó valerosamente el ejercicio crítico de
la libertad de prensa. No obstante la factura pareciera bastante
amarga: 520 agresiones tan sólo en ese periodo no es ni justificable
ni admisible. Y el panorama se complejiza en la medida que las autoridades
pocas veces ahondan en las investigaciones. Si de los 46 periodistas
asesinados, por ejemplo, se desconocen los móviles de 27,
en tanto no se compruebe lo contrario es posible suponer que hayan
caído por razones vinculadas al oficio informativo. Como
ha podido constatarse, son numerosos los casos en los que se ignoran
las motivaciones reales y los responsables: tal escenografía
ya no puede ni debe aceptarse. La impunidad que se oculta pusilánimemente
y los gestos de intolerancia que nunca escasean, pudieran ir en
aumento si el gremio periodístico no reacciona con mayor
energía y decisión para hacer frente a los intentos
de ensombrecer e inquietar el ejercicio de la libre expresión.
Coordinador
general de la investigación: Omar Raúl Martínez.
Procesamiento de información: Juan Antonio Barrera. Recopilación
de datos: Fabiola N. Perafán y Verónica T. Martínez.
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